Echó un último vistazo a su alrededor y sonrió con resignación al comprobar que se había convertido en lo que más odiaba: un tópico. La oficina sucia y revuelta, el sombrero y la gris gabardina colgados del destartalado perchero, rancias colillas ahogadas en posos de whisky, la pistola sobre la mesa... Y, para más fastidio, noche de fin de año. Llegó a la conclusión de que toda su vida se resumía en un guion de serie B.
Asió el arma con su mano derecha. Lentamente, con respeto, pasó el índice izquierdo por las letras grabadas en el cañón mientras recordaba, sin ápice de remordimiento, todas las balas que había disparado en su vida. En paz con su conciencia, analizó con veterana frialdad las posibilidades: sien derecha, ojo izquierdo, corazón... Escogió la opción que le pareció más efectiva, lo que no hizo sino reforzar su sensación de cliché: disparo al paladar.
Se levantó de la silla y apagó la luz, buscando la intimidad de un triste habitáculo en el que la única ventana no tenía persiana ni cortinas. La exagerada iluminación navideña del exterior sería más que suficiente para lograr su propósito.
Volvió a sentarse y metió el cañón de su Beretta en la boca, apuntando hacia arriba, sorprendido de que el sabor metálico fuese menos desagradable de lo que se había imaginado. Acarició el sensible gatillo, sabiendo que un poco de presión bastaría. Deseó mentalmente ser certero una última vez, aguantó la respiración y cerró los ojos.
Una chispa brotó en su mente, pero no era la que él esperaba. En la subconsciencia de su último instante con los ojos abiertos, había reconocido un patrón familiar: tres destellos cortos, tres largos, y de nuevo tres cortos. Quiso continuar, quiso acabar, pero no pudo; se impuso su instinto de detective. Maldiciendo en voz alta su vuelta a la vida, se acercó a la ventana para comprobar que, en el balcón de enfrente, un desangelado árbol de Navidad lanzaba con sus luces un perenne S.O.S. Recordó a la joven inquilina de la vivienda, y cayó en la cuenta de que llevaba varios días con las persianas bajadas.
No creía en las casualidades, así que guardó la pistola en el bolsillo, cogió el sombrero y la gabardina, y salió de la oficina dando un portazo. Como propósito para el año nuevo, se prometió que dejaría de fumar.
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