Le sorprendió ver que sus pequeñas y pálidas manos estaban firmes y secas. En realidad, no estaba nada nerviosa; había acompañado varias veces a Pepe "Aviador" Piñeiro, su maestro y amigo, en sus vuelos sobre la playa de Baltar.
—Es como andar en bicicleta —pensó.
El ruidoso motor del monoplano Blériot la devolvió al momento de la verdad. Ajustó gorra y gafas, respiró hondo, agarró la palanca y soltó gas. Poco a poco, la pequeña aeronave de madera, tela y metal fue ganando velocidad, con sus delgadas ruedas recorriendo la irregular superficie de tierra y piedras. Pepe, alto y espigado, corría elegantemente a la estela de su avión, aullando de júbilo. A los pocos metros, el aparato comenzó a elevarse, suavemente, diríase con cariño, obedeciendo las serenas órdenes de su jovencísima piloto.
—¡Vuela, Chichana, vuela! —exclamó Pepe, clavando sus largas piernas en tierra, haciendo altavoz con sus manos.
Y Chichana voló, sintiendo en la cara viento, orballo y lágrimas de felicidad. Sobrevoló Baltar, Punta Vicaño y Silgar, sonriendo a los asombrados vecinos que la saludaban con sus manos y gorras. Pilotó con audacia y habilidad, con la misma destreza que tenía para la pintura o para tocar el violín.
Era el 12 de octubre de 1913 y Elisa Patiño, llamada Chichana, fue, durante unos minutos, una gaviota en el Atlántico y, a sus 23 años, la primera mujer gallega en trazar su leyenda en el cielo.