Takeo despertó de golpe,
dudando de si había sonado el timbre de la puerta. Un nuevo y largo
pitido, que le recordó a una señal de S.O.S., confirmó sus
sospechas. Miró el despertador: las 03:04 ante meridiem.
Suspiró con fastidio, pensando en que faltaban algo menos de dos
horas para empezar su turno en la Compañía.
Avanzó en silencio por el
estrecho pasillo, a oscuras, arrastrando los pies desnudos por la
alfombra de lana. Escuchó con claridad los rítmicos golpes en la
puerta y la voz femenina que sonaba al otro lado:
—¡Abra, maldita sea, antes
de que entremos por la fuerza!
Activó la mirilla digital con
más sueño que temor. Una mano de mujer y una tarjeta de Control
Humano ocupaban la totalidad de la pantalla. Sin dilación, encendió
la luz, abrió la puerta y se hizo a un lado. Una joven funcionaria,
vestida con la común gabardina gris, y dos indistinguibles agentes,
con casco y mono azul, tomaron el pequeño recibidor.
—¿Dónde está? —preguntó
secamente la mujer, mirando en todas direcciones. Su negra coleta
restallaba a cada movimiento de su cabeza.
—¿Quién? —trató de
averiguar Takeo, disimulando un bostezo. No pudo dejar de notar cómo
se tensaba la mandíbula de su interlocutora.
—Vosotros dos, registrad a
fondo esta ratonera —ordenó la muchacha a sus acompañantes, sin
posar la vista en ellos—. Y en cuanto a usted —añadió,
apuntando con el dedo a la pechera del colorido pijama del joven—,
más vale que se quede callado y sin moverse.
Algo desconcertado, pero
totalmente falto de curiosidad, Takeo se apoyó contra la pared más
próxima, aguardando con resignación. Tardó unos minutos en darse
cuenta de que el agradable olor a lavanda que percibía provenía de
la mujer que acababa de entrar como un tornado en su pequeño
piso-celda. Quiso creer que bajo su gris apariencia y su mal carácter
se escondía una chica alegre y jovial, puede que un tanto distraída.
Un fuerte vozarrón hizo que parasen sus pensamientos en seco:
—¡Aquí, jefa! Ya lo
tenemos.
Logró seguir con dificultad a
la ágil funcionaria de la Compañía, que se dirigía hacia el
minúsculo cuarto de la lavadora, donde ambos agentes se encontraban
encajados como piezas de Tetris.
—Hemos encontrado el... la...
el artefacto que buscábamos —balbuceó uno de ellos, el que
parecía poseer mayor habilidad dialéctica.
—Es una bicicleta, ignorante
—replicó su jefa—. Se reconoce fácilmente, a pesar de que ya
casi no existan. Es una Flying Pigeon PA-06, de los años 50 del
siglo XX. Esa doble barra en el cuadro la hace inconfundible.
Takeo, asombrado y sin entender
nada, explicó:
—Es del año 58 del siglo XX.
La encontré hace unos meses, enterrada en el establo de mi antigua
casa familiar en Kusatsu, en la Prefectura de Shiga. Por lo que pude
averiguar, la compró el abuelo de mi abuelo para ir a trabajar.
Increíblemente, no fue destruida en Neo-Guerra, como casi todo lo
que tuviese metal. Aún así, le faltaban algunas piezas y no pude
acabar de restaurarla hasta la semana pasada... ¿Qué le pasa a mi
bicicleta?
—Nos la llevamos —dijo la
mujer con impaciencia, obviando la pregunta lanzada y tecleando
velozmente en su tableta. Los agentes, equipados con guantes de
látex, metieron la Flying Pigeon en una gran bolsa negra.
En la puerta, antes de irse, la
joven funcionaria se volvió hacia el incrédulo Takeo.
—Ha sido denunciado por
gastar su esfuerzo de forma improductiva. Usted sabe que la Compañía
obliga a que hasta la última gota de su sudor sea reservada para la
cadena. ¿Cómo se le ocurre ir a trabajar pedaleando? ¿Sabe cuánto
ha disminuido su rendimiento en los últimos días? —Mostró con
rapidez una gráfica de columnas en la pantalla de su dispositivo
digital—. La próxima vez use el carril eléctrico, como todos, y
déjese llevar. En todo caso, estará un mes en la sección Nevera.
Ya sabe: más horas, más carga, menos criptodivisas.
—¿Y la bicicleta? ¿Qué va
a pasar con ella? —La Compañía podía meterse su sección Nevera
por donde le cupiese.
Por primera vez, la funcionaria
de Control Humano pareció perder parte de su férrea seguridad. La
joven tardó unos segundos en contestar, vacilante:
—No lo sé... Quizá se lleve
a Fundición, o a Forja. Dependerá de lo que escriba en mi informe.
—Inspiró profundamente un par de veces y, un poco cabizbaja,
susurró—: A lo mejor puedo quitarle la cadena y los piñones, y
concluir que no es apta para circular con ella. Con eso,
probablemente, se la devolverán tras algún tiempo. Después le
traeré las otras piezas, para que la pueda completar nuevamente.
—Vaya, pues... gracias —logró
articular Takeo, sorprendido—. Eso sería estupendo... ¿Por qué
lo hace?
—Mi tarea es obedecer
órdenes, no cuestionármelas... Pero no quiero ver el arte
convertido en una llave inglesa o en un arma. —Miró a través de
Takeo—. Su bicicleta es como la que tenía mi padre, con la que
jugaba conmigo antes de que Neo-Guerra se los llevase a ambos para
siempre. Prométame que la usará lejos de aquí, donde no lleguen
los ojos de la Compañía.
—Prometido —dijo Takeo,
sonriente, mientras la funcionaria salía por la puerta—. ¿Querrá
venir a dar una vuelta en ella algún día?
La joven giró brevemente la
cabeza y sonrió a su vez, puede que un tanto distraída.