domingo, 8 de abril de 2018

Demasiada felicidad


El armario receptor emitió un agudo pitido y su luz roja empezó a parpadear. "Por fin", murmuró el individuo. Bloqueó la sesión en su anticuada mesa táctil y se levantó de un salto. No cabía en sí de gozo. Observó cómo la caja se iba formando poco a poco, al tiempo que su imaginación se desbordaba: "Lejos de aquí, a otra época, a otra vida... Sí, sí, sí". Sintió que todos sus pesares desaparecían. Instantes después, una melodía que le recordó a las últimas notas del Sarabande de Händel anunciaba que el paquete estaba completado, mientras la luz se volvía verde y la transparente puerta del armario receptor se levantaba lentamente.

Avanzó sus temblorosas manos y cogió la caja, sin poder dejar de sonreír. La depositó en el suelo, sorprendido de que estuviese hecha de cartón. Obviamente reciclado, pero cartón al fin y al cabo. Supuso que sería por ese aire retro que La Compañía pretendía dar a todos sus productos. Sin querer contener su alegría, canturreó en voz alta las palabras impresas en la tapa: "Billete a la felicidad". Debajo, en letra más pequeña, su procedencia: "Creado en NeoGalicia". "¿Dónde si no?", pensó.

Se sentó sobre la alfombra y, muy despacio, extrajo el pequeño dispositivo. Pesaba mucho más de lo que había imaginado. Lo sostuvo en alto mientras lo observaba con detenimiento. Su aspecto era absolutamente sobrio, grisáceo, sin brillo, donde lo único que destacaba era la sencilla ranura frontal y el pequeño botón circular, de color amarillo, de su lateral derecho. No necesitó activar el holograma de instrucciones; había visto innumerables veces la publicidad en Cúmulo-3000. De hecho, la nube de nubes le había provocado un incontable número de sueños relacionados con el billete a la felicidad. Su felicidad. Su billete. Y allí lo tenía, en la palma de la mano. 

Tras meses de vida espartana y cientos de horas extra había conseguido ahorrar las suficientes criptodivisas para poder comprarlo. Con introducir la mano y pulsar el botón viajaría al momento más feliz de su vida. "¿Cuál será ese momento?", se preguntó por millonésima vez. "¿Mi infancia, con mis padres y hermanos? ¿Mi época de estudiante, en iFacultad? ¿Mi primer gol, mi primer día de playa, mi primer beso?" Inevitablemente, y al igual que en todas las ocasiones anteriores, sus pensamientos lo llevaron a ella. A ese momento en el que tenían nombres, en el que se sentían personas y no simples direcciones de correo electrónico. A cuando todo giraba alrededor de su sol. Ella.  

No estaba seguro de cuál de esos momentos había sido el más feliz, pero no le importaba. Cualquiera de ellos sería mejor que su presente. Podría volver atrás, rectificar sus decisiones, corregir su derrota... Cambiaría todo su mundo. Entusiasmado e impaciente, colocó el aparato en el suelo e introdujo su mano izquierda en la ranura. Acercó el dedo índice de su mano derecha al botón hasta rozarlo, y cerró los ojos. Con decisión, despidiéndose mentalmente de su vida actual, lo presionó. Un lejano zumbido y un inesperado olor a frambuesas lo acompañaron durante unos instantes, hasta que fueron sustituidos por una voz neutra, que pronunció las palabras que tanto tiempo llevaba esperando: "Bienvenido al momento más feliz de su vida". 


Abrió los ojos, expectante, justo a tiempo para ver cómo la puerta de su armario receptor se levantaba lentamente y sonaba una melodía, que de nuevo le recordó al Sarabande de Händel. Pudo leer las palabras "Billete a la felicidad" en la tapa de la caja, dentro del armario. "Me lo temía", pensó sin decepción. Nunca había sido tan feliz.